jueves, 26 de enero de 2012

De dos y más.


-¿Escuchas?- cantó ella.
-No, vete de aquí, ¡muchacha loca!- respondió el señor de la pastelería.

Ella era ella, ellos fingían entenderse a sí mismos y dominarse ante todo. Ellos representaban la falta de razonamiento, la falta...La falta de todo. El primer disparo en una guerra, la primera discusión entre un matrimonio, el primer divorcio, la caída de aquél niño en el lodo, el más simple malentendido convertido en colisión, representaban la falta de presencia.

Un día ella sucumbió, ante el señor de la pastelería, ante ellos; escuchaba que su mejor amigo le hablaba de fantasías increíbles, del salto hacia el extenso mundo donde él no sentía mas que satisfacción. Para ella, las palabras de su amigo soplaban dócilmente en sus oídos hechos de masa para pastel, si, como aquellos pasteles que el señor vendía, secos, sin sabor, faltos de...Y como si su pensamiento hubiera muerto por un instante y renacido , ella recapacitó: faltos de emoción.

El gran amigo no necesitaba dominar, ellos se jactaban de poder, el recapitulaba su vida como si fuera su película favorita, sin poder en sus manos, sin aprobación, con ese tipo de pasión que a veces enferma corazones; pero no el de él, no en su extenso campo, y sus intocables acertijos, los acertijos de su infinita voluntad. Ella logró resolverlos por un tiempo y entraba sin problemas a sus fantasías. Pero ahora, ¡Qué tragedia! esa sequía, ese desierto.

Ella era la ruleta certera, el azar sin apuestas, la incomprendida por excelencia, la catarina sin manchas negras, y... ¿se daba cuenta? ella no, pero ellos tal vez. -¡Mañana a los Alpes!- gritaba. Y las miradas aturdidas como por un zumbido desgarrador cuchicheaban. Ellos la vistieron filosofalmente, la cuidaron y la alimentaron con los mismos pasteles que el señor vendía en la esquina. Ella hundió sus Alpes, su manzana azul, a su amigo, que ahora era melodía olvidada ; ella hundió su presencia. Ella era demasiado ella, y eso, la llevó a la sequía, de esas que se clavan en todo tú, de esas como ninguna. Él la observa, sigue su viaje, y ya nadie puede resolverle sus acertijos. Antes de partir la ve, y estructura sus últimas palabras hacia ella:

-Oye, ¿escuchas?- le pregunta a su ex compañera de fantasías.
- Sí, escucho - le responde con encanto.
El sonríe, mientras ella agrega -Escucha, me necesitan, debo ayudar con los pasteles.


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