domingo, 10 de febrero de 2013

Un poquito de locura.

Los árboles pasan...pasan. Mi mirada se centra en ese largo camino de gigantes verdes, el aire golpea mis cabellos y el auto no puede estar en mejores condiciones. Después de darme cuenta de cada detalle a mi alrededor, comienza mi verdadero viaje.

Hace días me encontraba reflexionando como de costumbre en el rincón más acogedor de mi departamento, pensando en las mil y una razones por las cuales había decidido rentar ese lugar en medio de una metrópolis, de una ciudad tan ajetreada como Nueva York. Era un lugar perfecto para explorar y vivir la cultura, la moda, los andares filosóficos por las calles más bonitas, todas éstas eran razones perfectas, y siempre me volvía a convencer una y otra vez de que había sido la decisión correcta.

Me gustaba mi trabajo en la editorial, y disfrutaba de los placeres de vivir sola, tenía buenos amigos y ya tenía perfeccionada la técnica de la hipocresía para cierto tipo de eventos. No se imaginan cuán grande y rica era mi agenda de actividades. En fin, no estoy aquí para presumirles ni venderles la idea de vivir por acá, sino el suceso que cambió mi manera de ver al mundo para siempre.

Una noche, mientras apreciaba el cielo, sentí luces...así es, sentí luces en mi alma cansada, y esas luces me vinieron a contar lo que vendría después para mí.

Stephen: La historia y presencia que tales luces tenían en vista para mí.

No conocí a Stephen, más bien, sólo me estaba esperando. Pienso que las personas nunca se conocen, ni se presentan, sólo es un acto de cortesía, porque cada persona que llega a tu vida, ya te conoce, sólo esperan su turno para convivir contigo. Así que le llegó el turno a Stephen, y bajo esa presentación encubierta, hubo dos almas aliviadas, con las cuales verificamos que definitivamente romperíamos las reglas y jamás dejaríamos que nuestro turno terminara. 

Su entrada a mi vida se manifestó en un árbol, no necesitan saber los detalles. Les doy la libertad de que elijan cómo sucedió lo demás, pueden imaginarlo  como uno de esos cortometrajes tan misteriosos y fantásticos, o como parte de su novela romántica favorita, imaginarlo como si hubiera sido parte de un viaje redondo de 80 días, o como sus sueños más alocados y frenéticos, convertidos en hechos. Como sea que hayan decidido, no le cambien la parte en la que me vuelvo naturaleza tenaz y él materia inventada.  

No recuerdo haberme encontrado en un mundo pintado, sino por uno esculpido, pero  sí me produjo un vuelco en mi nido de metamorfosis, pasando a un estado de belleza permanente. De esa manera empezé otra vez, y el primer paso era ese camino de árboles tan altos, el portal, ese vortex que me llevaba de una dimensión a otra. Tenía muy buenas razones para dejarme llevar , y me convencía una y otra vez que eso era lo correcto.

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